NOTAS ARQUITECTONICAS ACERCA DEL POZO
Pozpara albergar una escultura de Claudio Girola en homenaje a Ximena Amunategui. Ciudad Abierta
El “Pozo”, a primera vista, es una obra de arquitectura: una de tantas excavaciones fundadas en una orientación capaz de crear un lugar. Se ingresa y, aparentemente , se llega.
Pero, a raíz de una “Phalène”, esta obra se instaura como un trabajo de escultura. Este quiebre entre lo “a primera vista” y su origen, es lo que hay que seguir. Lo que sigue, es la facturación de la obra. Facturación que sigue la línea, imprevisible en su dirección, de esa fisura que se ha abierto desde el comienzo.
Esto trae, por lo tanto, un actuar “en contra” de lo a primera vista. Pero no sin la vista. Más bien, sólo con la vista, porque lo a primera vista es un molde mental interior. Y ese molde tiene ahora una fisura. Equilibrarse, entonces, sólo con la vista en la línea. Equilibrio inestable: porque si se piensa mucho en busca de una orientación, esa fuerza borra el trazo de la línea; si no se piensa nada, la vista se extravía y llega a la pura construcción.
Pero ahora hay que mirar hacia atrás -aún a medio camino y a riesgo de convertirse en estatua de sal- para “saber” lo que está sucediendo.
¿Puede detenerse el salto que hay entre el fundamento y la forma finiquitada para saber cuán es el salto?
Aparentemente no.
Pero aparentemente ahora, hay que hacer eso: Claudio guía y él lo pide.
Una primera referencia de Claudio (que me es dada):
Él, como escultor, ha hecho un tajo en ángulo en la tierra de la pendiente, que termina en un cubo excavado.
¿Termina?: para mi, no. Eso sería aceptar una secuencia, una sucesión de la marcha, o una valoración jerárquica del espacio por sus nominaciones convencionales: corredor y término en una abertura donde hay detención, o un estar.
No a eso.
Aquí hay un espacio que “es”, en el disimulo de lo convencional, y “puede ser” en cualquiera de sus momentos.
Corolario (las condiciones del coro):
Para descubrir lo que “es” por la forma, nada de lo que es dado en lo inicial debe ser tocado.
Por eso, No a la creación de otros lugares; No a ideas que “desarrollan” lo inicial; No a otros partícipes que los que concilió la phalene y la guía de Claudio.
Tantos “no”, intentan descubrir un límite y, en ese sentido, son otros tantos “si”.
Una segunda referencia de Claudio (que no me es dada):
Claudio, como escultor, ha realizado un primer gesto: la excavación ejecutada en la pura tierra. Viene a continuación uno segundo, que él le pide a los arquitectos; lograr que lo excavado no se destruya por la intemperie; esto -él dice- es obra de “arte” y no mera construcción.
En lo que me concierne a mí, esta segunda fase debe ser una “metamorfosis” de lo dado, pero no una transformación.
Hay un tercer momento: sobre lo ejecutado, una vez terminado y barrido, Claudio finiquitará su escultura.
Estamos ahora en el segundo momento. Ni los arquitectos ni el escultor saben lo que sigue. Él guia, pero desde los primeros momentos se han intercalado los arquitectos: con la tierra de la excavación se formaron los montones que rodean al “pozo”.
Una tercera referencia de Claudio (elegida por mí, ahora):
Claudio, en el “seminario del ámbito”, refiriéndose al “bloque” dice: “Hay una imposición del bloque ante uno, erguido. No se yergue un vacío, sino que se yergue lo lleno”.
Para mí: ¿Puede verse el pozo como un intento en que se yergue un vacío?
Una cuarta referencia de Claudio (elegida por mí, ahora):
Claudio dice -versión mía- que hay una “identidad” común a la escultura, como objeto, que se infiltra en todo lo realizado hasta hoy y, aún, en lo que él mismo realiza.
El “pozo”, en cuanto realización escultórica -o sea, sin salirse de ella- intenta abandonar el apoyo que representa esa identidad común. No me corresponde a mí, explicar o explicarme la significación de todo esto, que es dicho desde la interioridad misma de la escultura.
El “pozo” “natural” no tiene elevación. Esto que parece obvio en un pozo, no lo es tanto. Porque todo pozo artificial tiene elevación. Esa elevación es la que lo hace verdaderamente pozo. Los croquis de la excavación, me muestran que un hoyo no es un pozo: es una mera interrupción, un accidente, que aún rechaza, en la dulzura de la quebrada que se retira del esplendor de lo natural que se nos (...) antes. Esto me hizo ver que la elevación que dá la presencia del pozo, y lo enclava en el espacio, es la superficie, que él genera en el juego de los opuestos.
Talvez una fachada es el juego de los opuestos con su vecina; o más bien, el juego de los opuestos con el vacío que la rodea por todas partes y la señala como cuerpo, elaborada y trabajada, lo que le da existencia. Aquí, es el vacío el que anhela cobrar existencia, elaborada y trabajada, y salir del hoyo. Como no puedo esculpir el vacío, es lo corpóreo que lo rodea por todas partes lo que debe ser trabajado: el suelo, siempre que cobre existencia como “ilimitado”.
La quebrada, el lugar del “pozo” es un recogimiento. Por eso la antigua capilla estaba aquí, al borde, atando el esplendor de la planicie u el mar, a la hondonada sin viento y oculta. A la quebrada se llega, siempre, con ese esplendor a cuestas, desde arriba. Y entonces, desde el borde hacia el interior, aunque no se ve el mar, se lo presiente, y hay, entonces, recogimiento, casi un hallazgo.
Así, la superficie de la planicie donde comparece la magnitud del mar, hace a la quebrada.
Los croquis de la excavación me muestran que un hoyo “natural” no “es” pozo: es un mero accidente que ahún repugna como interrupción en la pendiente suave. Esto me hizo ver lo que arece obvio: un hoyo, un pozo “natural”, no tiene elevación. Y aunque parezca extraño, todo pozo “artificial” tiene elevación.
Aquí hay un espacio sin “programa”, o que “es” en el disimulo de lo convencional y “puede ser” en cualquiera de sus momentos.
Por otra parte, en esta, como en toda obra de la ciudad abierta, ha habido un origen -el acto poético- y luego un comienzo. Pero este comienzo, es decir, la excavación que he recibido después que Claudio la ha hecho hacer, poco a poco se ha erigido -en mi- más que en un “comienzo”, en un “principio” escultórico formulado de hecho. Con esto quiero decir que lo hecho por Claudio, se constituye en un punto de reparo, una guía para las decisiones de la acción que me corresponde como arquitecto, las cuales en su conjunto, constituyen a su vez un nuevo “comienzo”. Obra, pues, con origen, principio y comienzo, Claudio ha sido muy claro en la división de los mencionados momentos de la obra: él se reserva el principio y el término, y encarga a los arquitectos el comienzo.
Peso al sospechoso parentesco que esta claridad de Claudio establece entre los arquitectos u el marmolero de Buenos Aires o el Maestro de Villa Alemana, me corresponde señalar cómo ha sido entendida la relación con lo hecho al principio , para dar comienzo a la facturación de la obra.
Pozpara albergar una escultura de Claudio Girola en homenaje a Ximena Amunategui. Ciudad Abierta
El “Pozo”, a primera vista, es una obra de arquitectura: una de tantas excavaciones fundadas en una orientación capaz de crear un lugar. Se ingresa y, aparentemente , se llega.
Pero, a raíz de una “Phalène”, esta obra se instaura como un trabajo de escultura. Este quiebre entre lo “a primera vista” y su origen, es lo que hay que seguir. Lo que sigue, es la facturación de la obra. Facturación que sigue la línea, imprevisible en su dirección, de esa fisura que se ha abierto desde el comienzo.
Esto trae, por lo tanto, un actuar “en contra” de lo a primera vista. Pero no sin la vista. Más bien, sólo con la vista, porque lo a primera vista es un molde mental interior. Y ese molde tiene ahora una fisura. Equilibrarse, entonces, sólo con la vista en la línea. Equilibrio inestable: porque si se piensa mucho en busca de una orientación, esa fuerza borra el trazo de la línea; si no se piensa nada, la vista se extravía y llega a la pura construcción.
Pero ahora hay que mirar hacia atrás -aún a medio camino y a riesgo de convertirse en estatua de sal- para “saber” lo que está sucediendo.
¿Puede detenerse el salto que hay entre el fundamento y la forma finiquitada para saber cuán es el salto?
Aparentemente no.
Pero aparentemente ahora, hay que hacer eso: Claudio guía y él lo pide.
Una primera referencia de Claudio (que me es dada):
Él, como escultor, ha hecho un tajo en ángulo en la tierra de la pendiente, que termina en un cubo excavado.
¿Termina?: para mi, no. Eso sería aceptar una secuencia, una sucesión de la marcha, o una valoración jerárquica del espacio por sus nominaciones convencionales: corredor y término en una abertura donde hay detención, o un estar.
No a eso.
Aquí hay un espacio que “es”, en el disimulo de lo convencional, y “puede ser” en cualquiera de sus momentos.
Corolario (las condiciones del coro):
Para descubrir lo que “es” por la forma, nada de lo que es dado en lo inicial debe ser tocado.
Por eso, No a la creación de otros lugares; No a ideas que “desarrollan” lo inicial; No a otros partícipes que los que concilió la phalene y la guía de Claudio.
Tantos “no”, intentan descubrir un límite y, en ese sentido, son otros tantos “si”.
Una segunda referencia de Claudio (que no me es dada):
Claudio, como escultor, ha realizado un primer gesto: la excavación ejecutada en la pura tierra. Viene a continuación uno segundo, que él le pide a los arquitectos; lograr que lo excavado no se destruya por la intemperie; esto -él dice- es obra de “arte” y no mera construcción.
En lo que me concierne a mí, esta segunda fase debe ser una “metamorfosis” de lo dado, pero no una transformación.
Hay un tercer momento: sobre lo ejecutado, una vez terminado y barrido, Claudio finiquitará su escultura.
Estamos ahora en el segundo momento. Ni los arquitectos ni el escultor saben lo que sigue. Él guia, pero desde los primeros momentos se han intercalado los arquitectos: con la tierra de la excavación se formaron los montones que rodean al “pozo”.
Una tercera referencia de Claudio (elegida por mí, ahora):
Claudio, en el “seminario del ámbito”, refiriéndose al “bloque” dice: “Hay una imposición del bloque ante uno, erguido. No se yergue un vacío, sino que se yergue lo lleno”.
Para mí: ¿Puede verse el pozo como un intento en que se yergue un vacío?
Una cuarta referencia de Claudio (elegida por mí, ahora):
Claudio dice -versión mía- que hay una “identidad” común a la escultura, como objeto, que se infiltra en todo lo realizado hasta hoy y, aún, en lo que él mismo realiza.
El “pozo”, en cuanto realización escultórica -o sea, sin salirse de ella- intenta abandonar el apoyo que representa esa identidad común. No me corresponde a mí, explicar o explicarme la significación de todo esto, que es dicho desde la interioridad misma de la escultura.
El “pozo” “natural” no tiene elevación. Esto que parece obvio en un pozo, no lo es tanto. Porque todo pozo artificial tiene elevación. Esa elevación es la que lo hace verdaderamente pozo. Los croquis de la excavación, me muestran que un hoyo no es un pozo: es una mera interrupción, un accidente, que aún rechaza, en la dulzura de la quebrada que se retira del esplendor de lo natural que se nos (...) antes. Esto me hizo ver que la elevación que dá la presencia del pozo, y lo enclava en el espacio, es la superficie, que él genera en el juego de los opuestos.
Talvez una fachada es el juego de los opuestos con su vecina; o más bien, el juego de los opuestos con el vacío que la rodea por todas partes y la señala como cuerpo, elaborada y trabajada, lo que le da existencia. Aquí, es el vacío el que anhela cobrar existencia, elaborada y trabajada, y salir del hoyo. Como no puedo esculpir el vacío, es lo corpóreo que lo rodea por todas partes lo que debe ser trabajado: el suelo, siempre que cobre existencia como “ilimitado”.
La quebrada, el lugar del “pozo” es un recogimiento. Por eso la antigua capilla estaba aquí, al borde, atando el esplendor de la planicie u el mar, a la hondonada sin viento y oculta. A la quebrada se llega, siempre, con ese esplendor a cuestas, desde arriba. Y entonces, desde el borde hacia el interior, aunque no se ve el mar, se lo presiente, y hay, entonces, recogimiento, casi un hallazgo.
Así, la superficie de la planicie donde comparece la magnitud del mar, hace a la quebrada.
Los croquis de la excavación me muestran que un hoyo “natural” no “es” pozo: es un mero accidente que ahún repugna como interrupción en la pendiente suave. Esto me hizo ver lo que arece obvio: un hoyo, un pozo “natural”, no tiene elevación. Y aunque parezca extraño, todo pozo “artificial” tiene elevación.
Aquí hay un espacio sin “programa”, o que “es” en el disimulo de lo convencional y “puede ser” en cualquiera de sus momentos.
Por otra parte, en esta, como en toda obra de la ciudad abierta, ha habido un origen -el acto poético- y luego un comienzo. Pero este comienzo, es decir, la excavación que he recibido después que Claudio la ha hecho hacer, poco a poco se ha erigido -en mi- más que en un “comienzo”, en un “principio” escultórico formulado de hecho. Con esto quiero decir que lo hecho por Claudio, se constituye en un punto de reparo, una guía para las decisiones de la acción que me corresponde como arquitecto, las cuales en su conjunto, constituyen a su vez un nuevo “comienzo”. Obra, pues, con origen, principio y comienzo, Claudio ha sido muy claro en la división de los mencionados momentos de la obra: él se reserva el principio y el término, y encarga a los arquitectos el comienzo.
Peso al sospechoso parentesco que esta claridad de Claudio establece entre los arquitectos u el marmolero de Buenos Aires o el Maestro de Villa Alemana, me corresponde señalar cómo ha sido entendida la relación con lo hecho al principio , para dar comienzo a la facturación de la obra.